Si nos preguntamos dónde han aprendido nuestros hijos/as a ser violentos con sus iguales, no hará falta ir mucho más allá de echar un vistazo a nuestros periódicos, películas, programas de televisión, video-juegos, etc. Es un hecho poco discutible que nos encontramos en una sociedad violenta, en la que cada día nuestros hijos/as observan y asimilan situaciones que lejos de quitarle hierro a la intolerancia, podríamos decir que la potencian, por no hablar de otras conductas que llenan los bolsillos de aquellos que, en un principio, deberían mirar por nuestro bienestar...
Nos hemos acostumbrado a tratar a diario con episodios de violencia explícita o implícita que casi podríamos decir que nos ha vuelto insensibles y para que algo nos conmocione, hace falta que sea muy grave o un acto muy extremo, como un tiroteo en una escuela, aunque así y todo el margen de atención que le prestamos durará pocas semanas o pocos meses.
Al final, hemos aprendido que no hay nada que podamos hacer, que son cosas de la vida y que no depende de nosotros. Es lo que los psicólogos llaman Indefensión Aprendida. Pero esto no es cierto y no podemos mirar hacia otro lado porque de este modo la violencia no desaparece, al contrario, la permitimos.
Nuestra actitud es el modelo que seguirán nuestro hijos y hijas y no podemos seguir tolerando ni quitando importancia a las faltas de respeto ni a los comportamientos violentos si queremos conseguir que nuestra descendencia pueda vivir en sociedades más pacíficas y compasivas.
Hoy en día, esta falta de comunidades y sociedades hace que cada vez nos encontremos con más situaciones de acoso en las escuelas o bullying (según los estudios, 1 de cada 4 escolares lo sufrirá) y somos incapaces de darnos cuenta de las graves consecuencias que las conductas violentas entre los chicos y chicas les pueden comportar en su vida adulta y no solo para el que es víctima, sino también para el que se comporta como acosador.
Cada día los psicólogos atienden a pacientes adultos en consulta que presentan ansiedad, depresión o baja autoestima y cuando se profundiza en su historia personal, descubren episodios de acoso cuando iban a la escuela. Y en aquellos que aprendieron a funcionar de manera agresiva para conseguir lo que querían y hacerse fuertes a cambio de hundir a los demás, de mayores tampoco les va muy bien, ni en sus relaciones personales ni en el mundo laboral.
No nos podemos permitir pasar por alto las situaciones de violencia y aun menos en el ámbito escolar argumentando que "es cosa de niños" o que "esto les prepara la vida adulta y no trae consecuencias".
Muchos adultos le quitan importancia a estos hechos y los califican de exagerados, y cuando un hijo/a o alumno/a hace el gran esfuerzo de confesar que está sufriendo acoso y se encuentra con esta respuesta por parte del adulto, difícilmente se rehará del golpe y recupere la confianza en nosotros. Estamos obligados a escucharle y a creerle hasta que no se demuestre lo contrario.
El hecho de poner fin a las situaciones de acoso en las escuelas pasa necesariamente por rechazar totalmente todos los comportamientos violentos, en todas las áreas de nuestra vida.
Fuente: blog sompetitsigrans@wordpress.com
@PetitsiGrans
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